Pensar en mi formación como lectora me conduce directamente a mi familia. Ellos fueron los primeros en leer las efusivas líneas que hicieron brotar de mí las lecturas infantiles. Así recibí mi primer título: “la que hace las mejores cartitas”. En sus lágrimas de emoción al recibirlas entendí el poder de las palabras: su capacidad para ser abrazo, grito, confidencia, caricia. La revelación del lenguaje como trampolín y puente infinito despertó en mí la vocación de enseñar, de hacer crecer en otros esa voluntad de ser y conocer a través de las palabras. Hoy día (como Profesora en Letras) intento cumplir mi sueño de acompañar a otros en el camino de hacer oír/escribir/sentir su voz. El azar y la sed de aventuras me llevaron hasta el misterioso piso 13, donde Jitanjáfora florecía entre risas y poesía. Así fue que emprendí esta búsqueda y, desde el voluntariado, transito siempre nuevos derroteros de la literatura.