Razones para la sinrazón de la poesía. La función social de la lectura, por María Cristina Ramos
Razones para la sinrazón de la poesía. La función social de la lectura, por María Cristina Ramos
- 15 agosto, 2016
- Posted by: Jitanjáfora
- Category: Noticias
Razones para la sinrazón de la poesía
-La función social de la lectura-
María Cristina Ramos
Resumen
Algunos textos poéticos rehacen el camino hacia una etapa presemiótica, recuperando en la memoria del lector los instantes fundantes en que recibía la palabra. Otros, hacen pie en el territorio de la sugerencia, soltando al que lo escucha el plus emocional de las realidades que simplemente evocan.
En otros casos, la sensorialidad, y asociación afectiva de cada una de las realidades a que aluden, liberan la imaginación hasta hacer posible la construcción de significados por parte del sujeto que lee.
Frecuentar la poesía es un desafío al pensamiento, a la mirada lúcida sobre el mundo, que contribuye a habilitarnos para ser lectores del tiempo que vivimos.
Cuando el mar era chiquito jugaba el río con él.
Era entonces un charquito con un solo pececito
y un barquito de papel.
Dora Alonso
La poesía nos llega como una danza con que las palabras nos envuelven y nos sueltan en un territorio sembrado de impredecibles. Coreografía inesperada en que lo cotidiano se visten de inesperada luz. Voz de la poesía que suena a espaldas de nuestra sangre y roza el inicio de la sonrisa, la instantánea revelación, el fugaz deslumbramiento.
Al decir esto estoy pensando en los grandes de la poesía, que nos acompañaron en distintos momentos, los que solían acercar desde sus libros algunas aproximaciones a las preguntas que casi no nos atrevíamos a formular en voz alta.
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo
Y mucho más la piedra porque ésa ya no siente
R. Darío
Las inquietudes íntimas, existenciales y afectivas, sociales o metafísicas con las que los humanos nos encontramos en el humano transcurrir.
Poemas capaces de llevar al lector desde la inmovilidad del dolor a la posibilidad de pronunciarlo y enunciarlo, conjurar su amenaza circunscribiéndola en el decir, poder poner la pena en palabras.
Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Miguel Hernández
Palabras capaces de llevar de la certeza a la duda, de la duda a la posibilidad de concebir como posible una transformación, enfrentarnos con el indicio de un develamiento. Desde el texto, la belleza circula en las imágenes, el llamado rítmico, los claroscuros de la palabra tejida en el discurso poético, que juega a mostrar el mundo desde una visión singular que interactúa con la mirada del lector y la visión cotidiana.
Vorágine de visiones, velocidad de imágenes poéticas que ponen en movimiento un esbozo de escenas que cambian antes de afianzarse en ninguna quietud. Provocación, desde la palabra, a alcanzar la veloz carrera del imaginario que desde el poema desafía:
La rata
Una rata corrió a un venado,
y los venados al jaguar,
los jaguares a los búfalos
y los búfalos a la mar…
¡Pillen, pillen a los que se van!
¡Pillen a la rata, pillen al venado,
pillen a los búfalos y a la mar!
Miren que la rata que va delante
se lleva en las patas lana de bordar,
y con la lana bordo mi vestido,
y con el vestido me voy a casar.
¡Sigan y sigan la llamada,
corran sin aliento, corran sin parar,
el cortejo de la novia,
el ramo y el velo nupcial!
¡Vuelen campanas vuelen torres
por las bodas de la Catedral!
Gabriela Mistral
Si bien es imposible recuperar del todo la percepción del mundo que teníamos en la infancia, algunos retazos de ella han quedado haciendo pesar en nuestra memoria el milímetro de sol sobre los pétalos, el silencio del hormiguero, la insoportable soledad del pichón que espera expuesto a la rapiña, el delicado equilibrio entre la vida y la muerte, entre el silencio y la palabra.
Si bien es imposible, decía, armar un rompecabezas completo, los que trabajamos con niños hemos sido testigos muchas veces del íntimo contacto entre la palabra poética y algún espacio interior, develado en el brillo singular de una mirada en el lazo invisible, intangible y perdurable entre un libro y un niño, entre una historia y la fecundidad de los territorios imaginario-afectivos de los chicos.
Por otra parte, la jitanjáfora, las repeticiones, la materialidad fónica armoniosa y rítmica ejerce un magnetismo natural. Reestablece el contacto entre el sujeto y ese primer tiempo de vida en que el niño explora su aparato fonador, se sorprende con su balbuceo y recorre su espectro sonoro, complaciéndose con él, con esta materia inicial anterior a la palabra. Es el tiempo del balbuceo, donde la búsqueda no es comunicar sino probarse, juntar el caudal respiratorio con las posibilidades de la voz, resonar en uno mismo, probar la potencia, recibir en lo corporal el impacto sonoro del juego de la propia voz, actividad placentera por lo que tiene de descubrimiento y de territorio aún no explorado, de aventura previa al tiempo de comunicar.
Algunos textos poéticos rehacen el camino hacia esa etapa presemiótica que mencionaba hace un instante, otros, en cambio, hacen pie en el territorio de la sugerencia, soltando al que lo escucha el plus emocional de las realidades que simplemente evocan.
Todo se lo dio el clavel
a la clara clavellina:
su clarín y su esclavina
de carmín y de oropel,
su clavicordio de miel,
sus claves de fa y de sol,
sus clavijas, una col,
un cascabelito viejo,
clavículas de conejo,
tres clavos y un caracol.
Cuando estamos en presencia de un texto como éste de Aramís Quintero, destacadísimo poeta cubano, la enumeración abre sus espacios de sensorialidad, y asociación afectiva de cada una de las realidades conocidas, y libera la imaginación hacia los términos no conocidos, supliendo la imprecisión de un significado no conocido con la imaginación que construye sobre su aureola de color y efecto, de sonido y sugerencia, sobre la posible asociación con realidades metonímicas.
Mi damita, la luna.
Mi color, el añil.
Mi arbolito, la tuna.
Mi estación, la de abril.
Mi paisaje, los cerros,
la laguna, el pinar.
Mi animal, el caballo,
y el caballo de mar.
Mi canción, la del viento
cuando cruza veloz.
Y la voz del silencio,
donde hay siempre otra voz.
Uno puede preguntarse, ¿es tiempo este tiempo para la poesía? Soy testigo y protagonista en esta realidad social que nos duele, de esta dura realidad que nos amenaza y nos desafía, si acerco a los chicos y a los grandes a los grandes poetas? Si los acompaño a caminar por sus poemas como quien recorre los mejores paisajes? ¿Esto es evasión? O acaso es posible pensar que la poesía es un desafío al pensamiento, a la mirada lúcida sobre el mundo, a la calificada mirada que encuentra un más allá de sentidos fecundos a la palabra?
No hay forma de trabajar con la palabra que no implique el ahondar en el pensamiento. A más riqueza léxica, a más precisión en el armado de una frase, a más rigor en el armado de un texto, equivale un crecimiento en el pensar, y cuando se trata de poesía, equivale a un crecimiento en el sentir, una ampliación del territorio de la sensibilidad. Experiencia que, si es frecuente, si se yergue como hacer sistemático, puede contribuir a reinstalarnos en una sociedad que, por ejemplo, no deje afuera a parte de sus integrantes. Y esto sería una razón social.
Pero existe también otra razón. Cuando hablamos de lengua materna, nos referimos sin duda a la palabra que nos vincula con una familia, o por lo menos con las cercanas figuras que nos fueron señalando el mundo y poniéndole nombre, designando cada piedra, cada gesto, cada realidad, cada sombra. Nos referimos a un sistema de signos que tienen además una materialidad sonora y un respaldo emotivo.
La experiencia de escuchar un poema nos instala otra vez en el ser que recibía la palabra, y con ella el respaldo de una voz, de una cadencia tan cercana al afecto, tan unida a la noción de la propia identidad. La voz que musitaba una cadencia adormecedora, la voz que se tejía en pequeñas intimidades, secretos del vínculo primordial, ese que permite encontrarse en la maravillosa polaridad del yo con otro, del yo que soy yo, gracias al rescate del otro que me reconoce y me acepta.
Y esta sería entonces una razón individual: frecuentar la poesía, sus juegos rítmicos, su síntesis metafórica, su mirada del mundo, la música de sus esencias, con la finalidad balsámica del ensalmo, de la palabra que cura, que nos recupera de asperezas cotidianas en un instante luminoso de juego y creación, de libertad sonora y conceptual, para quitarnos el ancla de lo pesaroso y devolvernos la alegría, la ligereza de los primeros vuelos, el asombro, el suspiro necesario para seguir.
Bibliografía:
Bachelard, Gastón, La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, México 1997.
El agua y los sueños, Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
La poética de la ensoñación . Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
Held, Jackeline, Los niños y la Literatura Fantástica, Edit.Paidós Educador.
Malrieu, Philippe, La construcción de lo imaginario, Edit. Guadarrama, Madrid, 1971. Patte, Geneviève, Si nos dejaran leer, Edit. Kapelusz Colombiana, Colombia 1984.
Pelegrín Ana, La aventura de oír, Edit. Cincel., Madrid, 1984.
Sánchez Corral, Luis, Literatura infantil y lenguaje literario, Piados, Barcelona, 1995. Sartre, Jean Paul, Qué es la literatura, Losada, Buenos Aires 1950.
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